Cintas amarillas

25.10.2013 10:05
 

cintas amarillas

Tomado de: https://jcguanche.wordpress.com/2013/09/20/cintas-amarillas/

Carlos M. Álvarez

Quedan, de cinco, cuatro agentes de la seguridad cubana presos en Estados Unidos, cumpliendo cadenas visiblemente excesivas para las violaciones legales que cometieron. Entre tantos motivos decorosos, que luego fueron crucificados públicamente en campañas y pancartas laudatorias, cabría preguntarse si la iniciativa propuesta por René González, enviar un mensaje al pueblo norteamericano con sus propios símbolos, es una iniciativa genuina.

Cuba ha utilizado muchas veces una idea generosa como confirmación de un sistema, un conflicto particular como ícono de una totalidad, de un bienestar unánime, y por tanto la pregunta no resulta descabellada. El niño Elián debía regresar a Cárdenas, pero eso no significaba, tal como sabemos ahora, y tal como se dijo, que el socialismo tendría un carácter irreversible.

La propuesta de René González es, en principio, sensata, quizás la propuesta más sensata con que a nivel propagandístico haya contado esta cruzada. Hay una relación directa entre el regodeo y la torpeza como métodos y la libertad como fin. Por cada simposio de los Cinco que se organizó en Los Arabos o en Camajuaní, por cada oportunista que le dedicó un diploma en los CDR o en la ANAP, por cada puntillosa e inservible reiteración nacional, esos hombres acumularon un mes más de cárcel, perdieron un metro más de espacio, un cuadrante de luz.

Uno no puede creerles demasiado a diarios y noticieros que cada tres semanas, por el más enrevesado motivo, convoquen a manisfestación. Yo comprendí -echando a un lado mi creciente escepticismo- que la propuesta de René González era una propuesta genuina cuando encontré a un par de delincuentes de Centro Habana –que no tienen nada que perder, y por lo mismo nada que simular- vestidos de amarillo sin que implicara un homenaje a Oshún. Las mulatas con felpas y blusas desbembadas. Los hombres con camisetas sobre lo justo, camisetas con 69s en el pecho y letreros De Puta Madre. Pero este detalle exótico sabremos perdonarlo.

El éxito de la convocatoria demuestra no solo eso, su éxito, sino también el rotundo fracaso de las anteriores. ¿Cómo René González logró una masividad tan numerosa sin ayuda de los sindicatos, y una masividad tan espontánea, a pesar de los sindicatos? La impresión general es que tuvo que llegar este hombre -que evidentemente sabía lo que estaba diciendo, y también lo que estaba sintiendo- para tomar su causa de la mano y rescatarla del fanguizal publicitario en el que el marketing del socialismo la había hundido.

Leamos un fragmento de su alocución, transmitida por la televisión el pasado 3 de septiembre: “Yo solo tengo para el pueblo una exhortación personal (…) Quiero que el 12 de septiembre el país se llene de cintas amarillas y que el visitante o el corresponsal extranjero que esté en la Isla no puedan ignorarlo. Que ese día la Isla de Cuba se sacuda y aparezcan cintas amarillas en los árboles, en los balcones, en las personas, como quiera que se les ocurra usarlas, en las mascotas, como ustedes lo decidan, que esas cintas amarillas llenen el país y que no pueda ser ignorado, que no pueda dejarse de reportar al mundo que el pueblo cubano está esperando por cuatro de sus hijos que están presos en Estados Unidos.”

El mensaje es sencillo –no tiene otro calificativo. El mensaje le habla al individuo, deja un margen para la elección e incluso para la no elección, y se aparta conscientemente de nuestro abigarrado y tedioso simbolismo oficial, del altivo discurso de la Revolución. Hay una frase de una crónica que Carpentier publicara en Social en los años veinte, y que para el próximo 1 de mayo debieran colgar en un cartel, desde lo alto de la Biblioteca Nacional: “La grandilocuencia es antihumana.”

René González permaneció preso quince años, prueba suficiente de que no solo conoce el dolor, la forma en que se expresa el dolor, sino también que el dolor es precisamente su forma, el gesto en sí. Chéjov no decía que su personaje estaba triste, lo ponía a mirar la luna. Como yo lo veo, la alocución de René González ha puesto en entredicho a más de un entusiasta de la angustia. Ha puesto en entredicho a decenas de bien intencionados, los cuales no han aprendido aún que su solidaridad no puede ser manifestada del modo que hablan los políticos, porque eso no es solidaridad, es política. Y ha puesto en entredicho a decenas, millares de malvados que ni sienten ni padecen, pero que cuentan con la suficiente picardía para volverse ideológicamente confiables, porque necesitan salvar un puesto, un pequeño o mediano privilegio.

Por lo poco que uno sabe de literatura y de historia –esa ficción-, ningún preso relevante ha expresado nunca su pesar ostentosamente. Algunos ni siquiera lo mencionan. Si no fuera por Josefina Licitra, no nos habríamos enterado de que Pepe Mujica, hacia las décadas del setenta y ochenta, conversaba en su celda con las hormigas. Cuando leemos algo como esto: que el encierro de un guerrillero tupamaro, y el dolor de una causa perdida, se traducen en un diálogo íntimo con las hormigas, en tan –aparentemente- insustancial detalle, tenemos derecho a dudar de nuestras maneras.

Después del concierto multitudinario que varios artistas y algunos mercachifles de moda ofrecieran el pasado jueves en nombre de los Cinco, y después de la encendida improvisación de Robertico Carcassés, alguien canceló las venideras presentaciones de Interactivo. No nos extendamos en el incidente, pero en ningún caso es Carcassés, por decir lo que dijo (“elegir al presidente por voto directo y no por otra vía (…) Ni militantes, ni disidentes, cubanos todos con los mismos derechos y que se acabe el bloqueo, y el autobloqueo”), un oportunista o un mercenario, tal como lo han calificado algunos ofendidos.

Si así fuera, si alguien, amparado en un poder y una arrogancia que al menos los cubanos no hemos aprobado, prohibiera la presentación de Interactivo durante los meses siguientes, tendríamos que admitir que en nombre de la libertad de algunos suprimen la libertad de otros, y que la lógica que condena a cinco agentes de la seguridad cubana a cadenas excesivas, única y exclusivamente por ser cubanos, es la misma lógica que sin miramientos censura el atrevimiento de un artista, por más que el atrevimiento le moleste.

Que las personas que tan fervientemente aprobaron la iniciativa de las cintas amarillas, no reclamen ahora con la misma pasión la integridad de Carcassés, es muestra de nuestro ya acendrado oportunismo, y de una desmesurada cobardía. Lo nefasto de la polarización cubana es la comodidad de sus extremos, pero lo mejor, lo más hondamente cierto que pueda decirse hoy sobre el país, ha de gritarse en tierra de nadie, sin la búsqueda deliberada de aprobación. No importa que quien grita no pueda oírse, no importa que entre tanta bulla no tenga referencia.

La más alta expresión que podamos alcanzar como nación, la está alcanzando desde ya un desconocido, con su silencio a voz en cuello, pero hoy no podrá ser escuchado. Lo vendremos a saber veinte años después, porque ese desconocido, cualquiera de nosotros, ha renunciado a las tribunas, ha colocado su cuerpo en un tramo intocado de agua, libre de la carroña y los chacales, y está pagando el precio de su verdad.